La pornografía es uno de los discursos reguladores de la subjetividad, del cuerpo, del género y del deseo.
La pornografía mainstream actúa como panel de control que fija unas identidades a través de tareas y programas de heteronormatividad, delimitando unas prácticas sexuales y modelos corporales como aceptables y otros como patológicos y perversos.
Su barra de herramientas produce montajes repetitivos y mecánicos que recortan el cuerpo, definen las relaciones, e inventan la sexualidad generando las directrices para una educación (hetero) sexual pretendidamente universal y verdadera.
La pornografía, y las representaciones del sexo y del género, suponen transformaciones políticas y epistemológicas importantes. Por un lado, los objetos pasivos de la pornografía hegemónica se convierten, al empuñar las tecnologías de visibilización y representación, en sujetos activos de enunciación en primera persona.
Este proceso de auto-representación hace que no sólo cambien los sujetos actores, sino también las historias, las vidas, los cuerpos y las prácticas representadas. La producción (post)pornográfica excede las convenciones y el circuito de producción y consumo de la industria pornográfica hegemónica, para abrir posibles espacios de agenciamiento y empoderamiento en comunidades de sexualidades disidentes.
De hecho, las nuevas representaciones crean espacios donde lo ficcional tiene una dimensión real y, por tanto, puede ser vivido, analizado y utilizado para generar las condiciones de una vida más habitable. Se podría decir que sus efectos sobrepasan lo estrictamente representacional para empezar a encarnar los intersticios entre la identidad de género, el cuerpo, la construcción socio-médica del sexo y la sexualidad.
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