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San Fernando de Henares en los tiempos del cólera (Primera parte)

LA EPIDEMIA DE COLERA EN SAN FERNANDO DE HENARES (1865)

Francisco Feo Parrondo
Universidad Autónoma de Madrid


RESUMEN
Las sucesivas epidemias de cólera causaron millones de muertos en Europa en el siglo XIX de los que unos 800.000 fallecieron en España. Se analiza aquí minuciosamente un caso concreto el cólera en 1865 en la localidad madrileña de San Fernando de Henares, sus causas, desarrollo, precauciones, mortalidad, medicaciones, etc., bastante representativas de la situación sanitaria y europea de entonces.

Palabras clave: Epidemia, cólera, San Fernando de Henares, 1865, geografía médica

1.INTRODUCCIÓN

Las diversas “enfermedades infecto-contagiosas tuvieron un papel preponderante en la morbilidad y en la mortalidad ordinaria por lo menos hasta los últimos decenios del siglo XIX en toda Europa” (PEREZ MOREDA, 1980. Pp. 65.67). En España a comienzos del siglo XX, aún suponían casi la cuarta parte de las defunciones (REVENGA 1904 pp 85), porcentaje elevado pero muy inferior al 52% de fallecimientos que seguramente seguían causando a nivel mundial (RODRIGUEZ CABEZAS Y RODRIGUEZ IDIGORAS, 1996 pp. 108).



Entre estas enfermedades se encuentra el cólera trasmisible por alimentos y agua (OLIVERA 1993 pp 22) enfermedad que llegó a Europa entre 1817 y 1823 procedente de la India, convirtiéndose periódicamente en un azote para su población en el siglo XIX, ya que sus “víctimas en el continente europeo deben contarse por millones (FERNÁNDEZ GARCÍA, 1982 pp 7), generando varias oleadas de elevada mortalidad entre 1826 y 1911. A lo largo del siglo XIX invade en sucesivas oleadas todos los continentes: en 1817-1823 llega a Europa oriental y Àfrica, en 1826-1836 a toda Europa, parte de África y América del Norte y del Sur, en 1840-1855 a toda Asia, Europa, mitad norte de África y América del Norte y del Sur, en 1863-1869 a todo el mundo salvo Australia, en 1881.1885 a Asia, norte de Africa y Europa, y en 1892-1893 a estas mismas zonas y toda América (CLIFF el al., 1981, pp 5, CLIFF y HAGGERT, 1988, pp, 3-1 y HAGGETT, 2000, pp. 70). Sólo Australia quedó al margen del cólera a lo largo del siglo XIX.

Su agente patógeno el fue descubierto por Robert Koch en 1883 (RODRIGUEZ CABEZAS y RODRIGUEZ IDIGORAS, 1996, pp. 95) José María Moro ha sintetizado muy adecuadamente la situación de los conocimientos médicos sobre el cólera en la segunda mitad del XIX: “Hasta que Robert Koch descubrió en 1883 la bacteria causante del cólera (el vibrión colérico), las conjeturas acerca de las causas de la epidemia carecían de base sólida. Los médicos de la época, inicialmente apegados a la teoría miasmática, atribuían principalmente a las sustancias deletéreas emanadas    de las materias orgánicas en putrefacción y transmitidas por el aire el origen de la epidemia y el medio de contagio, ello no excluía la convicción de que el contacto con los propios enfermos constituía un poderoso medio de propagación de la enfermedad. Pero estaban persuadidos también de que afectaba preferentemente a personas menesterosas, desnutridas y carentes de condiciones higiénicas, lo que se ponía claramente de manifiesto a la vista de la extracción social de la mayoría de los atacados por el mal. Efectivamente, no estaban descaminados, pues entre las causas de la invasión y extensión de la epidemia colérica dos factores sobresalen sobre cualesquiera otros: la insuficiente alimentación y la ausencia de higiene, tanto pública como privada” (MORO, 2003 pp. 65).

Jaime Ferrán puso en práctica la vacuna anticolérica en 1884, si bien no sería reconocida oficialmente por medios internacionales hasta la reunión del Comité International d´Hygiene Publique celebrada en junio de 1919 en París (PEREZ MOREDA. 1980, pp. 76-77). En España, las aportaciones del doctor Ferrán fueron ampliamente criticadas por científicos y políticos, como analiza minuciosamente Juan José Fernández Sanz en su tesis doctoral (FERNANDEZ SANZ, 1989).

En cualquier caso, a fines del XIX parecía haber desaparecido en Europa y América y desde 1950 sólo se mantenía en la India y países próximos como Bangladesh, lo que no ha impedido epidemias de significativa importancia en la segunda mitad del siglo XX.

Peter Hagger ha analizado su expansión geográfica entre 1961 y 1971: brota en el primer año en las islas Célebes, en 1962 se extiende al norte de Australia, en 1963 al sur de China e Indonesia, en 1964 a India, en 1965 a Irán, en 1970 a Oriente Medio, noreste de Africa y sur de Rusia, en 1971 a buena parte de Africa y algunas zonas del sur de España y Portugal (HAGGERR.2000.pp.3).

La Organización Mundial de la Salud (OMS) registró en 1991 más de medio millón de casos de cólera, de ellos el 70% en trece países de América Latina, alcanzando los 300.000 en Perú y cantidades menores en Africa (135.000 enfermos), Asia (12.568), Europa (311), Estados Unidos (24) y Canadá (2) (OLIVERA. 1993. Pp. 24-26). Entre 1991 y 1995 afectó a más de un millón de personas en América con 11.000 muertos, situación motivada por la contaminación de aguas de consumo y el uso de aguas residuales urbanas para regar cultivos, circunstancias que provocan, asimismo, la difusión de otras epidemias como tifus, disentería, malaria, etc. 8INSTITUTO DE RECURSOS MUNDIALES,.2000, PP. 24 y 51).

2.COLERA EN ESPAÑA Y MADRID

Según Antonio Fernández, el cólera causaría unas 800.000 víctimas en el siglo XIX en España: unas 300.000 en 1833-1834, 236.000 en 1854-1855, 120.000 en 1865 y otras 120.000 en 1885, cifras a las que hay que sumar las producidas por invasiones menores (FERNANDEZ GARCIA, 1982, pp.8). Este mismo autor mantiene, tres años después, las cifras de las dos primeras epidemias señalando que la de 1865 generó entre 83.960 y 119.000 víctimas y la de 1885 entre 100.000 y 120.254 fallecidos, oscilación que achaca a las distintas fuentes 8FERNANDEZ GARCIA, 1985, pp.82). Su discípulo Juan José Fernández Sanz se inclina por las apuntadas en 1982 (FERNANDEZ SANZ. 1990. Pp. 273).

Estas elevadas cifras no impiden a Vicente Pérez Moreda señalar que “las sucesivas invasiones de cólera, exceptuando la de 1853-1856, no ocasionaron nunca a nivel nacional una mortalidad específica superior al 1 por 100 de la población total existente en el país en cada momento. Únicamente, la mortalidad por el cólera en torno a 1855 significaría a nivel general una pérdida de un 15 o 16 por 1000 de la población, aproximadamente un 50 por 100 de aumento adicional a la cifra de mortalidad ordinaria de esa época” 8PEREZ MOREDA. 1980. pp. 395). Este historiador constata que “el cólera, en sus diversas intervenciones a lo largo del siglo, afectó sobre todo a la mitad oriental de la península y particularmente a los núcleos urbanos, pero se puede asegurar sin duda que también el interior, prácticamente en su totalidad, fue duramente afectado” (PEREZ MOREDA. 1980. pp. 396).

La epidemia de 1834 entra en España por los puertos de Vigo y Barcelona (FERNANDEZ GARCIA. 1985. pp 49-50) causando 5.342 fallecidos en Madrid capital mayoritariamente mujeres (FERNANDEZ GARCIA, 1985. pp 15-17) teniendo así mismo, una grave incidencia en zonas rurales del interior de junio a septiembre: en Mocejón falleció casi un 20% de su población (PEREZ MOREDA, 1980. Pp. 396).

La epidemia de 1855 afecta a amplias zonas del interior. La localidad de Torrelaguna (Madrid) perdió un 30% de su población total por esta cusa en el mes de octubre (PEREZ MOREDA. 1980.pp. 397). La mortalidad media nacional fue del 1,52%, oscilando en Madrid y su provincia entre el 1 y 2%, afectando a Madrid, Leganés, Aranjuez y la mayoría del sureste provincial 8FERNANDEZ GARCIA, 1985. Pp. 15 y 66).

En 1865, el cólera entra en España por el puerto de valencia, siendo las provincias más afectadas Valencia, Palma, Gerona, León, Albacete, Huesca y Teruel (FERNANDEZ GARCIA, 1985. Pp. 102). En Madrid causa 2.860 muertes, mayoritariamente mujeres de los distritos próximos al río Manzanares por las peores condiciones de salubridad (PEREZ DOBLADO, 1866, pp. 5-6). Antonio Fernández describe el impacto del cólera de 1865 en Madrid: ”toda la vida de la ciudad se altera: se cierran las escuelas y la Universidad: los estudiantes regresan a sus hogares (..). De Madrid huye todo el que puede. En los pueblos de Burgos y de Valladolid mueren bastantes de los fugitivos: León pasa de una situación sanitaria óptima a otra precaria porque en fondas y pensiones se hacinan los huidos de Madrid. Los aristócratas huyen más lejos: Biarritz, París” (FERNANDEZ GARCIA, 1985. Pp. 111). José María Moro constata una situación similar para Asturias: “si el cólera era motivo de terror para la generalidad de la población, las reacciones de los distintos sectores sociales fueron bien distintas, pues, en tanto que las clases acomodadas, incluso los mismos médicos en ocasiones, huyeron de las poblaciones atacadas hacia las zonas rurales, donde el contagio era menos probable, los sectores menesterosos, por el contrario, sumidos en la miseria y la insalubridad y aferrados a la difícil tarea de la supervivencia, hubieron de resignarse a permanecer en sus lugares de residencia, sufriendo el mayor número de víctimas de la enfermedad y registrándose en ellos la mayor parte de los fallecimientos” (MORO. 2003. Pp.18). A los acomodados, siempre les quedaba el recurso a la huída, ampliamente empleado también en Andalucía (RODRIGUEZ OCAÑA. 1981, pp. 19).

La epidemia de 1885 entra, de nuevo, por las regiones levantinas afectando, sobre todo , a Teruel, Zaragoza, valencia, Castellón y Granada (FERNANDEZ GARCIA, 1982. Pp. 17). Fueron invadidos 2.247 municipios repartidos por todas las provincias, afectando a 339.794 personas de las que murieron 120.245, un 35,39% de los que sufrieron la epidemia (FERNANDEZ SANZ, 1990. Pp. 271). Valencia con 21.613 y Zaragoza con 13.526 muertos fueron las provincias más castigadas mientras en Pontevedra y Lugo murieron 9 y 16 personas respectivamente (FERNANDEZ GARCIA, 1982. Pp. 17). En la capital afectó, sobre todo, a los distritos de Inclusa, Latina y Hospital, los mismos que veinte años antes, generando problemas de abastecimiento (FERNANDEZ GARCIA, 1985. Pp. 175 y 182).

Según Vicente Pérez Moreda, los efectos demográficos de las crisis de mortalidad del siglo XIX, ocasionadas por la incidencia negativa del cólera, no son ostensibles en el desarrollo demográfico inmediatamente posterior, en el que tuvieron una repercusión mayor las crisis de subsistencias de 1804-1805, 1812, 1823-1825, 1837, 1847, 1866-1868, 1879, 1882 y 1887 (PEREZ MOREDA, 1980, pp. 400).



3. COLERA EN SAN FERNANDO DE HENARES

Para este artículo hemos manejado como fuente principal un manuscrito existente en la Real Academia Nacional de Medicina de Madrid, en el que consta, tanto en el título como en el texto, que contesta a la petición que la propia Academia hace a los profesores españoles en este tipo de situaciones críticas desde el punto de vista sanitario. Como en casi todos estos manuscritos, el autor empieza señalando sus limitaciones científicas situación que reitera numerosas veces a lo largo del manuscrito.

El doctor Cifuentes señala que es la tercera vez que, de una manera generalizada, el cólera ataca en España con una “rápida invasión que burla los más justificados preceptos y precauciones higiénicas”, infundiendo terror en las poblaciones al ver que, en pocas horas, personas llenas de vida sucumben aunque se utilicen las medicaciones más recomendadas por los médicos más eminentes.

Antes de entrar analizar el cólera, Santiago Cifuentes hace una ligera descripción de la situación topográfica, sus endemias y enfermedades más frecuentes, circunstancias de sus habitantes y dolencias que venían padeciéndose al desarrollarse la epidemia de cólera morbo: “este feraz y lindo Sitio Real” está situado a dos leguas y media de la capital de España, en la cuenca del Jarama y Henares, ríos que cruzan su término a uno y dos kilómetros respectivamente y que permiten “regar sus privilegiadas tierras, huertas y viveros” aunque, durante el invierno aumentan su caudal considerablemente y se desbordan con frecuencia mientras en verano al disminuir sus cauces generan zonas pantanosas que “son causa de que viciando el aire, las miasmas palúdicas, que de ellos se desprende, se desarrollen en la estación estival y otoñal, fiebres intermitentes de todos tipos, constituyendo esta enfermedad una endemia bastante intensa en esta localidad”.

Son bastante frecuentes en la localidad las neumonías y pleuroneumonías en primavera, dando en algunos años una estadística de invasiones alarmante por su número en tan corto vecindario, unos 170 vecinos, de los que 130 son jornaleros y el resto empleados del Patrimonio de S.M., del municipio, comerciantes al por menor y colonos en pequeña escala de algunas fincas de riego de las Reales Posesiones”.

El doctor Cifuentes tenía base suficiente para conocer la situación de San Fernando de Henares:

 “Once años, hace aproximadamente, soy Médico Cirujano único de este Real Sitio y Patrimonio, en el que tuve ocasión de asistir a la epidemia colérica de 1855 y a pesar de que en todos los estíos y otoños, he observado con más o menos intensidad el desarrollo de la endemia palúdica, en ninguno la he visto ni tan prematura ni invadiendo tantos individuos, ni de una manera tan insidiosa como el presente. En efecto, seiscientas almas escasas, incluyendo en estas la población jornalera flotante, que emigró al aparecer el cólera, cuenta la de este Sitio y escasamente se habrán librado trescientas de haber padecido las intermitentes en estos últimos seis meses, pues aún reinan algunas, siendo así que en otros años son muy pocas las que se presentan en la segunda quincena del mes de octubre.

En el estío del año actual, desde los primeros días del mes de julio, empezaron a presentarse las intermitentes de todos tipos, aunque principalmente el cotidiano y de una gravedad suma, por los síntomas cerebrales tan intensos con que se complicaban y los que hacían indispensable un tratamiento antiflogístico y antitípico enérgico, solo a él que fue debida la salvación de todos los enfermos, de los cuales algunos me hicieron temer un fin funesto, siendo el número de invasiones diarias de diez, doce y veinte. Así continuó el referido mes, el de agosto y primera quincena de septiembre, recayendo muchos de los invadidos dos, tres y más veces, a pesar de que la mayoría siguieron después con una medicación preventiva para precaver la recicliva.

En la segunda quincena de este último mes, a la entrada de las accesiones y al estadio del frío, acompañaba, en el mayor número de enfermos, una diarrea y vómitos biliosos, que desaparecerían al desarrollarse el calor y el pulso, para presentarse nuevamente a la accesión inmediata en igual estadio. Las sales de quinina, principalmente el sulfato, solas o asociadas al opio y ayudadas de un plan apropiado, bastaron para cortarlas, en todos los casos en que tomó esta nueva faz la endemia, sin que sucumbiese ninguno de los atacados, ni pudiera calificarse tampoco más que de verdaderas intermitentes. Más de setenta personas de todas clases y condiciones de ambos sexos, de diferente género de vida y temperamento, padecieron, en el espacio de diez días, la enfermedad palúdica con estos síntomas, cuando el día veinte y cinco de dicho mes se presentó el primer caso, que de una manera indudable puede calificarse de cólera morbo.. pero no por eso cedieron las intermitentes, antes por el contrario siguieron su marcha ascendente, así en número como en gravedad en los atacados, dando un censo de veinte y cinco a treinta invadidos diariamente, en su mayor parte, reciclivas rebeldes y refractarias a las medicaciones antitípicas más enérgicas, predominando en unos los síntomas de diarrea y vómitos biliosos y en otros los cerebrales más intensos: degenerando, en dos casos, en verdaderas disenterías, que ambos terminaron de una manera funesta y tomando en algunos un carácter pernicioso, del cual se salvaron a favor de altas dosis de sulfato de quinina solo a maridado con los extractos de opio o valeriana, unido a un plan dietético y farmacológico adecuado.

Una endemia que invadió por repetidas veces a un número tan crecido de personas, la mayor parte pobres, que no podían costear por sus escasos medios, la medicación que exige una enfermedad, que cuando se hace rebelde es indispensable combatirla enérgicamente y por largo tiempo, a fin de prevenir y evitar la recaída, colocó a un excesivo número de individuos en un estado valetudinario o de empobrecimiento de su economía que les predisponía, ya a recaer nuevamente de la dolencia palúdica, como sucedió en infinitos casos, ya a contraer fácilmente cualquiera otra que constitucional o epidémicamente pudiera reinar, como sucedió en efecto con el cólera morbo, entidad patológica que tanta analogía tiene con las intermitentes, así en sus síntomas como en la naturaleza de las causas que presiden a su desarrollo”.

Santiago Cifuentes relaciona estrechamente cólera y condiciones climáticas: “las vicisitudes atmosféricas fueron, después de una primavera lluviosa y prolongada, un estío seco y caluroso en demasía, anticipándose en la segunda quincena de septiembre las lluvias, las cuales coincidieron con los primeros casos de cólera y han continuado hasta su desaparición”.

4. ORIGEN Y CAUSAS DE LA EPIDEMIA DE COLERA

El cólera morbo epidémico se transmite por contagio del miasma nocivo, Cifuentes sospecha que procedió de Madrid, situada a dos leguas y media y con la que el contacto es diario pues “diariamente van con productos agrícolas de la misma y materiales de construcción, diez o doce carros y con estos quince o veinte personas: ni el temor de la epidemia, ni los malos caminos, retrajeron un solo día a sus moradores de ir a la capital y seguir con sus tradiciones comerciales y nada más fácil que uno sino varios, fuesen el vehículo de la transmisión del miasma colérico”. Dos décadas antes, Pascual Madoz señalaba que, en San Fernando de henares, “el comercio está reducido a la exportación de los granos sobrantes, aceite, frutas, verduras, ladrillos, yeso, teja y baldosas para Madrid y otros puntos” (MADOZ. 1847. Pp. 38).

Sin embargo, “solo tres de las personas dedicadas a este género de vida, fueron invadidos, dos al final de la epidemia y el otro que era el guarda de orden o correo de la Administración Patrimonial, que sucumbió, fue atacado el segundo, este inafortunado iba diariamente a Madrid, donde permanecía cuatro o seis horas y regresaba por la tarde”.

El primer invadido por el cólera “fue un niño de tres años y medio de edad, hijo de un pobre herrero, al que me hallaba asistiendo de unas intermitentes, de las cuales se hallaba en plena convalecencia”. “Tras visitar el 25 de septiembre a las siete de la tarde al padre y ver al hijo bien, a las ocho de la mañana es llamado por el mal estado del hijo que falleció cuatro horas después pese a recibir cuanto la terapéutica aconseja. Ningún familiar había salido de San Fernando, ni habían recibido huéspedes. Antes de una semana fueron invadidos el padre, la madre y un tío del niño y el padre llegó a estar convaleciente más de dos meses y medio. Se libraron una niña de ocho años y otra de seis meses, hermanas del fallecido. En el mismo día que el nuño fue atacada la maestra de niñas de la localidad y el guarda de correo que fue el segundo fallecido. El contacto entre ellos no existía y vivían en zonas distintas de la población. Todos empezaron a sufrir diarrea, vómitos y algidez.

Cifuentes Pérez parece culpar al cambio de precipitaciones y temperaturas pero, al mismo tiempo, señala que estudios que se habían hecho en años anteriores en Londres y París ponían en duda esta causa y, además, se preguntaba: ¿estas mismas vicisitudes atmosféricas no las experimentaron los pueblos de Coslada, Barajas, Torrejón de Ardoz y otros que rodean a este Sitio y sin embargo  no han tenido un solo caso?. Estos sitios tienen también contacto con Madrid y con San Fernando y no padecieron ningún caso de cólera, lo que hace sospechar a Santiago Cifuentes que se transmite, sin tener muy claras las causas, inclinándose por el enfoque entonces dominante en la Medicina española y del resto de países como queda patente en el texto numerosas veces.

5. CIRCUNSTANCIAS GENERALES Y LOCALES QUE FAVORECIERON LA EPIDEMIA DE COLERA

Cifuentes califica el cólera de enfermedad caprichosa, de cuyo estudio se ocupan, hace cerca de cuarenta años todos los médicos de más valor sin haber descubierto las causas generales, locales o individuales que favorecen el desarrollo de esta epidemia que ha invadido gran parte de las provincias españolas y muy principalmente Madrid. El contacto diario con Madrid de los que transportan alimentos y materiales de construcción o de la multitud de personas que van y vienen por la vía férrea, “hacen que pueda considerarse esta población, casi como una arrabal de la Corte y que unos y otros puedan fácilmente conducir, llevar o transportar una epidemia (ya que)… siendo un agente miasmático de naturaleza desconocida, este puede ser transportado por personas sanas y por objetos inanimados, cuyo miasma, bien viciando o envenenado el aire atmosférico, infecciona a uno o más individuos, que más aptos para contraer la dolencia, o más en contacto con el objeto persona que infeccionó a aquel, fueren los primeros casos y después una circunstancia más para el mayor desarrollo de las epidemias”.

Al verano caluroso en exceso y seco siguieron en el último tercio de septiembre lluvias y bajada notable de temperaturas que propició el cólera en Madrid y San Fernando “pero siempre juzgando ya importado el miasma colérico”. A estas causas añade la dureza de las intermitentes, situación topográfica, poca higiene de los jornaleros, excesos en las comidas, no recurrir al médico un 75% de los invadidos hasta que llevaban tres días con diarrea pereciendo varias víctimas de esta imprevisión, “tanto más censurable cuanto que se les tenía hechas las oportunas prevenciones acerca del régimen que habían de observar”.

Santiago Cifuentes señala que “de todas las personas de buena educación y clase elevada o superior en este Sitio, no ha fallecido ninguna y solo ha habido dos invadidas, sin que pueda alegarse la razón, a favor de estas, de que las clases pobres habían carecido de medios o de asistencia, pues… han tenido iguales medios de curación, asistencia y cuanto exige tan lamentable estado. Como las personas mejor acomodadas, pero éstas se han sometido a mis preceptos han guardado las severas reglas de la higiene, de la que han sido esclavos”. Pérez Moreda señala que “los problemas del agua potable y su eventual mezcla con los detritos fueron graves sobre todo en las grandes poblaciones, y los esfuerzos por mejorar estos servicios de distribución de agua y canalización de los residuos pudieron contribuir en la lucha contra las disenterías, las tifoideas estivales y el cólera a lo largo del siglo XIX” (PEREZ MOREDA, 1980. Pp. 431). Este autor apunta que “la eliminación de las cloacas exteriores y su sustitución masiva por pozos negros no se haría en Madrid hasta después de la epidemia de cólera de 1834” (PEREZ MOREDA, 1980. Pp. 432). Esta misma situación se dio en algunas ciudades francesas e inglesas en esos mismos años con la finalidad de eliminar las enfermedades causadas por las miasmas” (WATS. 2000, pp. 267-268 y 431).


El problema continuó existiendo en núcleos menores durante la primera mitad del siglo XX como queda patente en numerosas “geografías médicas”. Sirva como ejemplo la queja de una anónimo médico sobre el municipio de Tineo (Asturias) en 1907: “Los enormes capitales invertidos por algunos pueblos que marchan al frente de la civilización por surtirse de aguas puras y limpias, como sucedió en Washington, Nueva York y Glasgow, nos dan a conocer bien claramente el inmenso valor de dicho líquido como principal elemento de saludo y prosperidad de los pueblos  y en ese pintoresco y desgraciado concejo donde, y en recompensa por la falta de vías de comunicación y otro sinnúmero de privaciones, nos concede la naturaleza abundantes y cristalinas aguas tenemos que, forzosamente conformarnos con una insignificante cantidad y no buena calidad debido al descoco de algunos particulares, y apatía de las autoridades en asunto de tanta transcendencia”. (FEO PARRONDO. 1996. Pp. 136).
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