Más de 1.200 voluntarios de 13 nacionalidades diferentes han colaborado en el proyecto que cuenta con una parcela cedida por la Comunidad de Madrid y un presupuesto de casi 200.000 euros
Hoy hay alegría: los niños juegan por ahí, los vecinos observan las obras y los voluntarios ayudan a levantar el nuevo centro sociocomunitario en la Cañada Real, esa línea de 15 kilómetros de longitud, a pocos kilómetros de la Puerta del Sol, que a menudo ha sido descrita como supermercado de la droga, inframundo de infraviviendas, paraíso de la precariedad, territorio comanche. Algo de eso hay, pero sobre todo hay personas, vecinos, como los que han colaborado en el diseño y construcción de este espacio en unos terrenos del sector 6.
“Permitido el paso a toda persona ajena a esta obra”, se lee en un cártel a la entrada. Al frente está el arquitecto sevillano y vivaz Santiago Cirujeda, conocido desde el estallido de la crisis por su arquitectura social y efímera. “Yo valoro un proyecto en la medida en que tenga en cuenta la condición humana: si se da un objeto a una comunidad a la que no se le ha preguntado, a la que no se la he hecho partícipe, que no ha colaborado…. entonces no vale nada”, dice el arquitecto. Antes de la llegada de Cirujeda la licitación había quedado desierta en dos ocasiones.
n esta construcción han colaborado, en efecto, más de 1.200 voluntarios de 13 nacionalidades diferentes, entre vecinos, mujeres de la Fundación Secretariado Gitano, mujeres de una red latinoamericana víctimas de violencia de género, presos, voluntarios de asociaciones y estudiantes que han llegado de colegios e institutos, o de universidades y escuelas de arquitectura como San Sebastián, Alcalá de Henares o la Complutense. La idea es que esta experiencia sirva para dar a conocer la realidad de la Cañada y para tejer lazos sociales.
"No se trata de sacar a la gente de un sitio y meterla en otro, sino de acompañamiento social y también de atender diversas cuestiones", explica Nacho Murgui
Los diferentes módulos que conforman el equipamiento se han realizado en diferentes talleres y luego trasladados al terreno: uno fue fabricado por los presos de cárcel de Soto del Real, otro en el cercano colegio Hipatia-Fuhem, otro en la Escuela Superior de Diseño de Madrid (ESDM), otro en el taller Iroko y otro en Matadero. La parcela de 463 metros cuadrados ha sido cedida por la Comunidad de Madrid. El presupuesto es de 195.780 euros financiado por el Fondo de Reequilibrio Territorial del Ayuntamiento.
En 2016, según relata Nacho Murgui, concejal y delegado del área de Coordinación Territorial y Cooperación Público-Social del Ayuntamiento, se celebró una reunión con las asociaciones vecinales y entidades sociales de la zona, en la que viven cerca de 9.000 personas, y se decidió crear la figura de un comisionado para la Cañada, que haga de enlace con las instituciones (en la persona de Pedro Navarrete) y la construcción de este centro sociocomunitario. “Había que hacerlo de una forma innovadora”, dice Murgui, “y que los vecinos y vecinas fueran los protagonistas de la mano de las instituciones. Para nosotros es importante la cooperación entre lo público y la sociedad”.
Un centro "desmontable" y "móvil"
El centro consta de tres salas polivalentes, tres despachos y un salón de actos. Una particularidad de la construcción es que es desmontable y móvil, ya que no se puede construir en la Cañada, y que, además, se está llevando a cabo un proceso de realojo. “Es un proceso muy complejo porque las situaciones sociales que se dan en la Cañada son muy diversas y a esa diversidad de situaciones hay que dar una diversidad de soluciones”, dice el concejal. Por el momento está firmado el realojo del sector 6 donde se encuentra la población “más vulnerable” (que no “conflictiva”, apuntan). La cosa va despacio: “No se trata simplemente de sacar a la gente de un sitio y meterla en otro, se necesita acompañamiento social y atender otras cuestiones “, explica Murgui. Tampoco se trata de crear guetos con las personas realojadas desde la Cañada: el realojo debe ser disperso. Cuando el proceso se haya consumado estos equipamientos se podrán mover para ser utilizados en otro lugar.
“La ocupación de la Cañada comienza alrededor de los años 80”, dice el comisionado Navarrete, cuyo despacho está lleno de mapas de la zona a diferentes escalas, “ha continuado durante las siguientes décadas y continua hoy en día. Algunos vinieron por necesidad, otros por abaratar costes”.
Una vecina con el pelo teñido de rubio y los ojos muy claros, juega con su hijo sentada en un bordillo de la obra. “Me da pena que se acabe y que se vayan”, dice, “nos hemos hecho ya muy amigos”. Dicen que ayer trajo para comer una olla gitana muy rica.
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