Varios vecinos de la localidad observan a un hombre, «y no a un chaval», pintar las paredes con un espray de color rosa. En el auditorio, en la biblioteca, en la Calle Mayor... El código «No TQMT» emerge por todas partes. El autor de los garabatos es Iván, quien dirige a la que era su expareja «hasta hace dos semanas» este encriptado mensaje: «No te quiero mi todo». Ese día, el peculiar «grafitero» cree que un menor le ha delatado a la Policía.
El menor es Moha. Pese a no tener más de 14 años, ya es conocido en el pueblo por algunas «amistades conflictivas». «Es más “flipao” que otra cosa», advierten varios de sus coetáneos. El viernes, es el cumpleaños de Moha. Para celebrarlo, ha reunido a dos grupos de amigos que deben encontrarse a última hora de la tarde. Él va con uno de ellos. La casualidad quiere que Iván y Moha se encuentren al final de la calle de Frascuelo. El rosa de las pintadas ha dejado paso al azul: «Sí TQMT», «enano», «paticorto», «mantenido»... Adulto y adolescente discuten. «El hombre estaba pintando las paredes y se encaró conmigo porque decía que le había denunciado», aseguraría tres días después el propio implicado.
El encontronazo se complica. Alberto J. C., de 26 años, vecino del número 6 de la citada calle, entra en escena. No es la primera vez que choca con Iván mientras cada uno pasea a sus perros. Pero esto es otra cosa. Harto de las pintadas que «decoran» su portal, agrede al autor, aparentemente, sin ánimo de matarlo. Los golpes, en cambio, son certeros. «Yo lo vi todo, le dio dos puñetazos en la cabeza y una patada», incidiría Moha. El afectado, consciente, queda tendido en el suelo tras golpearse la cabeza con un bordillo. Por contra, el agresor y los menores se esfuman. Los sanitarios de Protección Civil trasladan a Iván hasta el Hospital del Henares. Allí, el resultado del escáner desvela que sufre un derrame cerebral. De inmediato, es conducido en una UVI a la Princesa, donde los médicos no pueden hacer nada por salvar su vida.
Dada su condición de donante, Iván aguanta hasta el domingo conectado a un respirador artificial, lo necesario para salvar sus órganos. Para entonces, la noticia de lo «sucedido» ha corrido como la pólvora. Los vecinos se echan a la calle durante todo el fin de semana para clamar Justicia y pedir el fin de los robos, agresiones y actos vandálicos cometidos en los últimos meses por dos bandas de adolescentes. La relación entre este tipo de hechos y el crimen de Iván queda servida.
El lunes, Velilla de San Antonio está de luto. El negro matinal coincide con el sentido minuto de silencio decretado por el Ayuntamiento. Familiares, amigos y vecinos de la víctima vuelven a concentrarse. Moha y sus amigos también están entre la multitud: «Están diciendo de todo, pero el asesino no está entre nosotros». Algunos de ellos ya han declarado ante el grupo de Policía Judicial de la Guardia Civil de Rivas Vaciamadrid. Por el momento, no hay detenidos.
Esa mañana, Diana, la expareja de Iván, se refugia en el local comercial de su exmarido, ubicado en el mismo bloque donde reside Alberto. La sospecha ya se cierne sobre él.
El martes, el verde de la Benemérita irrumpe en el inmueble. Acaban de detener a Alberto en su puesto de trabajo. El esclarecimiento toca a su fin. La Guardia Civil descarta nuevas detenciones y el juez decreta prisión provisional, comunicada y sin fianza para el único sospechoso.
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