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Caso Iveco: Los reenvíos que volvieron loca a Verónica

Tanatorio Jardín de Alcalá de Henares, domingo 26 de mayo. Una señora no para de dar vueltas, de presentarse a todo el que se acerca a la sala donde yace el cadáver de su hija. Necesita saber. Hace apenas unas horas que le han practicado la autopsia, ya se han cumplido 24 horas desde su fallecimiento y a eso de las 23:00 horas van a proceder a su incineración. Ella está desolada, sí, pero intranquila: hay algo que no le cuadra. ¿Cómo pudo hacer Vero algo así? Era feliz, tenía a Izan y a los dos Danis, algo no encajaba. Por eso preguntaba a todas esas chicas a las que no conocía de nada (pero que suponía que ellas sí a su hija) si la habían visto «rara últimamente».
Fue allí cuando la familia comenzó a enterarse. En la misma sala, sentado, cabizbajo, estaba el marido de la joven. Él sí sabía de qué iba la cosa. El día anterior al fallecimiento de Vero habían tenido una fuerte discusión: él había recibido el vídeo sexual de su mujer que ya circulaba por medio Iveco. Al parecer, no encajó bien la situación porque cuando ella lo grabó, la pareja ya llevaba varios años de relación. Al menos, ya compartían piso en Alcalá, en un barrio cercano al río Henares. Su vecina de al lado, María José, habla de al menos diez años. Podría tratarse, por tanto, de una infidelidad que Dani no supo gestionar. «No reaccionó bien pero ¿quién lo haría? Debió decirle que se separaba y que él se quedaría con los niños, pero quién no dice de todo cuando te enteras de algo así», explica esta mujer, una de las mejores amigas de Vero. Pero quizás esa falta de comprensión de su marido fue la gota que colmó el vaso de Verónica, que ya se sabía la comidilla de todos los corrillos en el trabajo. No sabía dónde meterse y tampoco en casa encontró refugio. Hasta se asomaba a su zona gente de otras áreas para ponerla cara. «Mira, mira, ésa es la del vídeo», parecían decir.
No todos habían recibido ni reenviado las imágenes, pero creen que el 80 por ciento de la empresa sí lo había visto o sabía de su existencia. «Se lo enseñaban unos a otros en los descansos. Yo te lo puedo enseñar sin pasártelo y, vale, no lo tienes pero lo has visto igual», dice un compañero de Iveco que lleva trece años trabajando allí, justo los mismos que la víctima. Verónica Rubio nació hace 32 años y se crió con su abuela en Torrejón de Ardoz tras un complicado proceso de divorcio de sus padres. Tenía dos hermanos (uno de 17 y otro más mayor) e iba casi todos los fines de semana a comer a casa de su madre, que vive en un pueblo de Guadalajara. Comenzó con apenas 20 años en Iveco, donde empezó de carretillera pero ya estaba en la sección de Ejes y Puentes.
Lo peor eran los turnos rotatorios, que le obligaban a hacer malabares con los dos niños pequeños. El mayor cumple seis años mañana y el pequeño no tiene ni un año. Era su amiga María José quien cuidaba de ellos y les recogía del colegio y la guardería si ella no llegaba. Dani también llegaba muy tarde a casa porque trabaja en una empresa de mantenimiento. «Ella vivía por y para su marido y sus niños. Apenas tenía tiempo para hacer nada más, yo la veía muy saturada. Se quejaba mucho de cosas de la casa, de que no le daba la vida para hacerlo todo pero nunca me contaba otro tipo de intimidades ni les escuché discusiones». Tampoco oyó nada el viernes por la noche, cuando la pareja supuestamente habló del asunto. «Lo que sí me dijo hace poco era que había pedido media jornada para estar más con los niños».
Porque además de cantidad de horas que echaba en Iveco, Vero se implicaba a fondo en las tareas del cole y en lo que hiciera falta. Era ella quien estaba preparando los disfraces de toda la clase para la fiesta de fin de curso de su hijo mayor, que iba a celebrarse dentro de unas semana y también la celebración de su sexto cumpleaños el próximo día 3. Pero la presión pudo con ella y decidió poner fin a todo. «Cómo se tuvo que ver para hacer algo así, ella que se desvivía por los niños, es incomprensible», dice esta mujer que cuidaba a diario de los pequeños y que vio a su marido en el tanatorio «como ido». «Yo creo que aún no ha asimilado lo que ha pasado. Ahora ha venido su madre y está estos días con él». En el barrio le ven con los niños y, al que se acerca a darle el pésame, le dice que él quiere darle toda la normalidad posible a la vida de los niños, sobre todo del mayor, que se entera ya de todo y que probablemente echará en falta a su mamá porque dicen estaba siempre pegado a ella.
Él llamó al 112
«Supongo que estará esperando a que termine el curso para poner la casa en venta, no creo que pueda seguir ahí con lo que se encontró», dice un comerciante y amigo de la pareja. Y es que fue Dani quien se encontró a su mujer ahorcada el sábado por la mañana cuando subió con los niños del parque. Él fue quien marcó el 112. Ahora, habría comentado en su círculo más cercano, que quizá no reaccionó como hubiera debido cuando recibió el video de su mujer pero no supo ver en ese momento la magnitud del agobio de ella. «Quizás no se puso en su piel, pero seguro que no sabía que ella ya había sufrido esto hace cuatro o cinco años», explica una compañera de Vero. Porque, al parecer, el famoso vídeo ya había circulado por algunos trabajadores de la empresa hace unos años pero entre menos gente.
En esta ocasión, sin embargo, se hizo viral. Al verse en un callejón sin salida, ella trató de tomar medidas y acudió a la dirección de la empresa y al comité. La dirección la invitó a que pusiera una denuncia civil pero no aplicó el protocolo de abusos sexuales vigente, según denuncia CC OO, algo que ya se debía haber hecho cuando se difundió hace años. Ahora ya no se puede hacer nada por ella pero su caso ha servido para abrir el debate de cómo utilizar las redes sociales y los comportamientos machistas que siguen impregnados en cada «reenvío» de sus compañeros.
El que creen que inició la difusión (ex amante de Vero y destinatario inicial) sintió tal presión que decidió presentarse el jueves en el puesto de la Guardia Civil de Mejorada del Campo. Los agentes llamaron a la Brigada de Delitos Tecnológicos de la Policía, que son quienes llevan el tema. El chico declaró varias horas en Jefatura y salió en libertad. Al parecer, alegó que él no había iniciado su difusión. La jueza ya ha declarado la causa secreta y los agentes siguen buscando a todo el que le diera a «reenviar» y contribuyera así al infierno que empujó a Vero al precipicio.
Humillación con penas de cárcel
No solo quien envió el vídeo, sino todos los que lo compartieron están ahora bajo la lupa policial. A raíz del caso de Olvido Hormigos el Código Penal cambió en 2015 y ahora establece una pena de prisión de tres meses a un año al que «sin autorización de la persona, difunda, revele o ceda a terceros imágenes o grabaciones audiovisuales de aquella que hubiera obtenido (...) o en otro lugar fuera del alcance de terceros, cuando la divulgación menoscabe la intimidad de la persona». Está aún más castigado si lo rea-liza la pareja o ex pareja y si la víctima es menor o tiene una discapacidad.
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