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Efemérides de San Fernando de Henares. 8 de noviembre. 414 asesinados en Soto de Aldovea

8 de noviembre de 1936

414 asesinados en Soto de Aldovea

A 2 kilómetros de Torrejón de Ardoz (Madrid)



El Soto de Aldovea es un paraje natural, junto a la ribera derecha del río Henares, que alberga el Castillo de Aldovea. El actual es un palacete construido a finales del siglo XVI. Aunque pertenece al término municipal de San Fernando de Henares. El soto perteneció al Arzobispado de Toledo hasta la desamortización de Godoy en que pasó a manos de la Corona. En 1869 salió a subasta y desde entonces está en manos privadas.

El texto que a continuación presentamos, pertenece a la investigación hecha por don Félix Schlayer (Reutlingen,1873 - Madrid,1950), ingeniero y empresario alemán que fue cónsul de Noruega en Madrid durante el primer año de la Guerra Civil española. Fue el primero que relató las persecuciones, los asesinatos políticos masivos y las torturas de las checas en el Madrid republicano de 1936 en su obra “Diplomat im roten Madrid” (Diplomático en el Madrid rojo), publicada en Berlín en alemán en pleno nazismo en 1938, y no traducida al español hasta 2005.

Este es su relato, en los días siguientes a los fusilamientos del 8 de noviembre de 1936, en el paraje de El Soto de Aldovea.

“El río es muy hondo y sus orillas están muy pobladas de árboles y matorrales. Me fue sospechoso este camino en el cual, sin embargo, no había huellas de carruajes que hubiesen podido reconocerse, ya que no había llovido hacía tiempo. A nuestras preguntas con precaución, por los autobuses que hubiesen llegado el pasado domingo, declararon con timidez unas mujeres que estaban sentadas delante de una casa cercana al Castillo, que ellas eran forasteras, como que habían sido traídas de sus pueblos en aquellos días, y que no habían observado ni oído nada.

Seguimos río arriba pasando por una pequeña casa aislada; allí estaba en casa sola, por suerte, la mujer. Ella contó con toda libertad que el domingo por la mañana llegaron de Madrid una buena cantidad de autobuses llenos de hombres y que torcieron por el mencionado camino. Al poco rato dijo que había empezado una fusilería que duró toda la mañana: que había sido en el lecho del río muy cerca del Castillo, que el lunes temprano había llegado otra vez un solo autobús con algunos más.
Seguimos entonces por el camino hasta el Castillo y observamos el cauce del río, a causa de la espesura de la arboleda no pudimos llegar al sitio a pie, fuimos en el coche entonces al Castillo en el que entré. Allí estaba el guarda de un establecimiento de Remonta que había sido instalada en la hacienda; pregunté por un responsable que, por suerte, no se hallaba allí. Entonces pregunté al soldado de guardia (un miliciano) a boca jarro, donde estaban enterrados los hombres fusilados el domingo, dando el hecho por conocido.

El hombre inició una descripción algo confusa del camino. Le dije que era más sencillo que viniese conmigo y me enseñara el sitio, a lo que él, obediente, colgó el fusil y nos llevó. Aproximadamente a unos 150 metros del Castillo bajó a una zanja profunda y seca que conduce desde el Castillo al río.

Era el llamado caz, una antigua acequia de riego. Allí empezaba en el fondo de ese foso un amontonamiento de tierra reciente de unos dos metros de altura; señaló en aquella dirección y dijo: “-Aquí empieza”. Un fuerte olor de podredumbre emanaba del suelo, en el que se percibían ciertas irregularidades, como miembros que sobresalían; todavía en un sitio asomaban unas botas.

Solamente una leve capa de tierra había sido echada sobre los cuerpos. Seguimos el foso, en dirección al río. La tierra recién removida y la correspondiente elevación del terreno era de unos 300 metros de longitud; esto significaba, pues, la tumba de 500 a 600 hombres. Como pude todavía sonsacarle al miliciano, parece ser que los autobuses, según iban llegando, paraban en la parte alta de la pradera, siendo cada diez hombres atados de dos en dos y desposeídos de sus objetos, haciéndoseles bajar así al foso, donde inmediatamente eran fusilados, en tanto que los diez siguientes bajaban, y los milicianos arrojaban tierra encima de los anteriores. Es indudable que como este procedimiento bestial de asesinato fueron enterrados una gran cantidad de heridos graves, que aún no habían muerto, bien que en algunos casos se disparaba el tiro de gracia.

Después de la guerra, fueron exhumados un total de 414 cadáveres y llevados a una fosa excavada a tal efecto, junto a las demás fosas, en el Cementerio de los Mártires de Paracuellos.
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