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La Cañada Real, un polvorín a oscuras por los enganches ilegales

Mayka enciende con una cerilla una decena de velas que va colocando en diferentes puntos de su vivienda: tres en la cocina y otras tantas en el espacio contiguo que hace de salón, dos en su habitación y las restantes las aprovecha para el habitáculo en el que duermen sus tres hijos y su suegro, octogenario. Vive en el sector VI de la Cañada Real y, desde hace dos semanas, las bombillas que cuelgan de los cables que adornan el techo ya no se encienden. Cuando cae la noche, la única luz que reciben es la que llega de los pequeños cirios. «Vivir así es un infierno, es desolador. Podemos salir ardiendo», argumenta. «No todos aquí tenemos plantaciones de marihuana», continúa Mayka (nombre ficticio).



Fuera de sus cuatro paredes, la Cañada Real se ha convertido en la última semana en un polvorín a oscuras debido al corte del suministro eléctrico tras una sobrecarga en la red del 500%, provocada presuntamente por las plantaciones de marihuana que invaden la zona más marginal del asentamiento. Ochocientas familias enganchadas ilegalmente al cableado se han quedado en la penumbra. La única manera que tienen de calentarse o alumbrarse es con velas u hogueras. El martes por la tarde se tomaron la justicia por su mano y cortaron al tráfico la rotonda de acceso a la Cañada, montaron barricadas con neumáticos en llamas y lanzaron piedras a los agentes desplegados, con la presencia de la Unidad de Intervención Policial (UIP), los conocidos como «antidisturbios».

Un día después, un centenar cortó durante más de media hora la A-3 a la altura del poblado. La violencia llegó a un punto alto durante la manifestación, cuando hirieron a cuatro policías que intentaban desalojarlos. De nuevo acudieron los «antidisturbios». Uno de los agentes recibió una pedrada y tuvo que abandonar el lugar. Otros tres, resultaron heridos por contusiones.


Pero las intervenciones no terminaron aquí. La última redada antidroga hasta la fecha se produjo el viernes por la noche, tras un incendio provocado precisamente por un cortocircuito en una infravivienda. En total, se desmantelaron siete plantaciones durante trece registros a cargo de los investigadores de la Comisaría de Villa de Vallecas. Se requisaron casi mil plantas de marihuana, 75 gramos de cocaína, una pistola, una escopeta y munición. Los dos detenidos pertenecen al clan de los Brunos: uno de ellos es Fernando Bruno, de 37 años; el otro, Antonio Bruno, de 44, conocido como «El Gato» y ya engrilletado hace un año en un fuerte golpe a la organización familiar, dedicada históricamente a la cocaína y la heroína. Cuenta con al menos doce reseñas policiales por robo de vehículo y quebrantamiento de condena, entre otras.

El jueves, la Policía Nacional desarrolló una macrooperación en el mismo sector, dirigida por la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (Udyco) y con la participación del Grupo Operativo de Intervenciones Técnicas (GOIT), la Unidad de Prevención y Reacción (UPR), guías caninos y medios aéreos. Terminó con once detenidos por un delito contra la salud pública y ocho plantaciones «indoor» de marihuana desmanteladas, con un total de casi mil plantas. Se encontraban en cinco naves y chabolas. También pusieron fin a varios enganches ilegales en el fluido eléctrico. En medio, informan fuentes policiales, se llevó a cabo otra operación contra el cultivo y tráfico de droga que se saldó con tres nuevos arrestados.

«Se está produciendo una situación muy complicada», resume el párroco de la Cañada Real, Agustín Rodríguez, que argumenta que hay un «claro riesgo de criminalizar» a aquellos que no tienen nada que ver con el cultivo de estupefacientes. «La mayoría de las 800 familias del sector VI no está relacionada con las plantaciones de marihuana. Ahora mismo el problema de los cortes de luz termina generando desesperación porque nadie aporta una solución viable», dice. Rodríguez expone que gran parte del sector VI no cuenta con suministro de luz ni de agua, motivo por el que «el 95% de las familias» se enganchan ilegalmente al cableado, y pide que se regularice. «Existe un tendido eléctrico, pero no hay suministro individual en esa zona. A lo largo de los años los vecinos han ido accediendo a puntos de luz y la han canalizado hasta sus viviendas», continúa.

Los cortes venían sucediéndose de forma intermitente en el último año. Los más graves, antes que los actuales, tuvieron lugar en febrero. «Son un auténtico infierno: los mensajes de citas de servicios sociales no llegan y tampoco los SMS de citas médicas. La gente no tiene dónde cargar el móvil al no haber luz y aprovecha la batería de los coches para ello», cuenta el párroco, que habla además del frío en las viviendas y la comida que se estropea al no poder estar refrigerada. Lo más desolador, para él, es que parece que este escenario no tiene solución en un futuro cercano.
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