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15 de octubre es el día mundial del lavado de manos

El Día Mundial del Lavado de Manos se lleva a cabo el 15 de octubre. El lema de este año es “¡Nuestras manos, nuestro futuro!". Este lema nos permite reflexionar sobre la importancia de lavarnos las manos para proteger nuestra salud y construir nuestro futuro, así como las de nuestras comunidades. 



El lavado de manos con jabón es una de las intervenciones de salud pública más eficaces y baratas del mundo. En este día celebramos el lavado de manos como una manera accesible de prevenir las enfermedades y de mejorar el acceso a la educación, proteger la salud de los pacientes y nuestras comunidades y reducir las inequidades. El acceso equitativo a las instalaciones de higiene que nos permiten lavarnos las manos con jabón nos ayuda a construir un futuro mejor mientras avanzamos hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Desde su creación en 2008, las comunidades de todo el mundo han utilizado el Día Mundial del Lavado de Manos como una oportunidad para crear conciencia sobre el lavado de manos, el acceso equitativo a las instalaciones de higiene y los beneficios de limpiar nuestras manos. Cada año, más de 200 millones de personas en todo el mundo celebran el Día Mundial del Lavado de Manos.

¡Súmese al movimiento y hagamos que "Nuestras manos, nuestro futuro" sea una prioridad y una realidad!



Este hábito, no siempre existió por ello conozcamos la historia de Semmelweis.
Semmelweis, el mártir del lavado de manos
La Unesco reivindica la figura del médico húngaro que hace 170 años demostró que la falta de medidas higiénicas de los médicos transmitía enfermedades a sus pacientes.



Pocas veces el agua ha sido tan acertadamente llamada fuente de vida como cuando se la asocia al jabón. Pero la simpleza de la idea y su consolidación actual no tuvo un comienzo fácil. Quien primero se dio cuenta de su importancia fue un médico de Budapest, Ignác Fülöp Semmelweis (1818-1865), cuarto hijo de un comerciante, cuando aún no había cumplido los 35 años. Su defensa de la asepsia salvó vidas, pero hundió la suya. Ahora, en 2017, 152 años después de su muerte, la Unesco reivindica su legado.

Conocido como el “salvador de madres”, este médico húngaro de origen alemán es conocido por ser el descubridor de la importancia del lavado de manos. Reveló que la llamada “fiebre del parto” era producida por la falta de asepsia en las clínicas obstétricas, aunque lamentablemente sus teorías no tuvieron la aceptación de la medicinahasta años después de su muerte.

En el inicio de la edad de oro de la Medicina, ya no se pensaba que las enfermedades se producían por malos aires o espíritus, se fijó más la atención en la propia anatomía humana. Las autopsias se hicieron más comunes y los médicos se mostraban más interesados en las estadísticas y la recopilación de datos para sacar conclusiones.



El joven Dr. Semmelweis no fue una excepción. Cuando se presentó para su nuevo trabajo en la maternidad del Hospital General de Viena, empezó a recopilar datos. Quería averiguar por qué tantas mujeres de las salas de maternidad estaban muriendo a causa de la infección puerperial, comúnmente conocida como fiebre del período post-parto.


Estudió dos maternidades en el hospital. Una de ellas estaba formada por médicos y estudiantes de medicina masculinos, y la otra, por mujeres parteras. Y contó el número de muertes en cada sección.

Cuando Semmelweis observó los datos, descubrió que en las mujeres de la clínica atendidas por médicos y estudiantes había una tasa de mortandad casi cinco veces mayor que las mujeres de la clínica de parteras.

En el Hospital General de Viena, las mujeres eran mucho más propensas a morir después del parto si eran asistidas por un médico varón, en comparación con una comadrona. Semmelweis visitó las dos salas y comenzó a descartar ideas. De inmediato descubrió una gran diferencia entre las dos clínicas.

Sus primeras ideas no fueron muy atinadas. Notó que cada vez que alguien en el pabellón moría de fiebre, un sacerdote pasaba junto a las camas de las mujeres haciendo sonar una campana y recitando letanías. Teorizó que el sacerdote y la campana resultaban tan terroríficos que las mujeres después del nacimiento enfermaban y morían.

Así que Semmelweis hizo que el sacerdote cambiara su ruta y dejara la campana. No hubo ningún efecto…

Para entonces, Semmelweis estaba frustrado. Cogió unas vacaciones y viajó a Venecia. Esperaba que un cambio de aires despejara su cabeza.

Cuando Semmelweis regresó al hospital, le esperaban noticias tristes pero importantes. Uno de sus colegas, un patólogo, cayó enfermo y había muerto. Esto era una revelación, la fiebre ya no era algo que solamente afectaba a las parturientas. Otras personas también podían verse afectadas.

“Esto a menudo sucede a los patólogos”, decían. “No había nada extraño en su muerte, se pinchó el dedo mientras hacía una autopsia en alguien que había muerto de fiebre infantil”. Y luego enfermó, y murió.

Semmelweis estudió los síntomas del patólogo y se dio cuenta de que murió de la misma forma que las mujeres que había autopsiado.

Pero esto aún no respondia a la pregunta original de Semmelweis: “¿Por qué morían más mujeres en la clínica de los médicos que en la de parteras?” La muerte del patólogo le ofreció una pista.

“La gran diferencia entre el pabellón de médicos y el de las parteras es que los doctores hacían autopsias y las parteras no”, dijo.

Así, Semmelweis planteó la hipótesis de que ciertas partículas de los cadáveres, que los estudiantes y doctores diseccionaban podían ser la clave. Cuando entregaban los bebés a las madres, estas partículas entraban en contacto con las mujeres, que terminaban desarrollando la enfermedad.

Si la hipótesis de Semmelweis fuera correcta, deshacerse de esas partículas cadavéricas debería reducir la tasa de mortalidad por fiebre puerperal.

Así que ordenó a su personal médico que comenzara a limpiar las manos y los instrumentos no sólo con jabón, sino con una solución clorada. El cloro, como sabemos hoy, es de los mejores desinfectantes que existe. Semmelweis no sabía nada de los gérmenes. Eligió el cloro porque pensó que sería la mejor manera de deshacerse de cualquier olor dejado por esos pedacitos de cadáver. Y cuando impuso esto, la tasa de mortandad se redujo drásticamente.

Lo que Semmelweis había descubierto es algo que sabemos de sobra hoy en día, aunque cueste imaginarnos que antes fuesen ajenos a ello: El lavado de manos es una de las herramientas más importantes en la Salud. Puede evitar que los niños contraigan la gripe, prevenir la propagación de enfermedades y mantener a raya las infecciones. Incluso hoy en día, convencer a muchas personas de la importancia de tomarse en serio el lavado de manos es un desafío.

Uno pensaría que todo el mundo estaría encantado. ¡Semmelweis había resuelto el problema! Pero no recibió mucha aceptación.

Por un lado, los médicos estaban disgustados porque la hipótesis de Semmelweis hacía que pareciera que eran los que producían la fiebre a las mujeres. Y Semmelweis no tenía mucho tacto aunque si mucha razón. Públicamente reprendió a las personas que estaban en desacuerdo con él y se granjeó algunos influyentes enemigos. Finalmente, perdió su trabajo.



Continuó tratando de convencer a los médicos de otras partes de Europa de que se lavaran con cloro, pero nadie lo escuchaba. Se ha especulado que desarrolló Alzheimer. Y en 1865, cuando tenía sólo 47 años, Ignaz Semmelweis estaba internado en un asilo mental.

Aún más triste fue el final de su historia. Tuvo una caída en el asilo y murió a causa de la complicación de una infección, básicamente algo muy parecido a lo que por tanto había luchado sin ser oído e incluso ninguneado por la mayoría de sus colegas. Lo positivo, con el tiempo ha tenido el reconocimiento que no tuvo en vida.
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