La Almudena, Las Ventas y el Madrid de los Austrias están condenados a desaparecer en dos semanas, cuando se rompa el alquiler con los almacenes que mantenía el Ayuntamiento de Madrid en la zona industrial de Coslada, más grandes que los de Amazon. La operación de mudanza ya ha trasladado todos los enseres que custodiaban a los edificios de Vicálvaro, más baratos. Todos, no. Hay tres maquetas históricas de los dos monumentos y de la parte más turística de la ciudad que no se han movido de las naves gigantes. Nadie quiere hacerse cargo de ellas y el traslado hasta los nuevos almacenes tiene un coste que el Ayuntamiento no quiere asumir.
Nos da pena porque están olvidadas y son tres piezas extraordinarias. Tenemos hasta finales de noviembre para encontrarles un nuevo hogar. Trasladarlo a los nuevos depósitos es complicado porque son costes que hay que asumir”, cuenta José Bonifacio, el Jefe de los nueve museos municipales y de los casi 200 trabajadores que los mantienen en pie. Contactaron con el Obispado de la ciudad, pero respondieron que no quieren la maqueta de La Almudena. La plaza de toros de Las Ventas también ha rechazado su versión a escala reducida, y para la gran pieza de 17 metros cuadrados del Madrid de los Austrias, con el Teatro Real y el Palacio Real como ejes protagonistas, no hay entidad que se haga cargo de semejante pieza.
Tiene casi 30 años de edad y necesita una buena limpieza y restauración, porque los últimos cinco años los ha pasado en la oscuridad, lejos de las miradas y de la función para la que fue creada en 1991. El alcalde era José María Álvarez del Manzano (1991-2003) y decidió que había que inaugurar un museo en el que se contaran “los elementos que han convertido Madrid en uno de los grandes centros urbanos del mundo”, en cinco plantas y con una decena de maquetas. El Museo de la Ciudad (ubicado en el número 140 de la calle Príncipe de Vergara) nació en 1992 y se cerró veinte años después, de manera fulminante, por los recortes y la “falta de calidad”. Esas fueron las explicaciones que dio entonces Ana Santos, hoy directora de la Biblioteca Nacional de España y aquel año directora General de Bibliotecas, Archivos y Museos.
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