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Un escape radiactivo baña con plutonio el Manzanares, el Jarama y el Tajo

Una válvula abierta entre un reactor y un depósito desencadenó el episodio más grave de contaminación radiactiva en España en 1970. En cuestión de minutos, un vertido nutrido con Estroncio, Cesio, Rodenio y Plutonio se colaba en el alcantarillado madrileño con destino al Manzanares. Decenas de hectáreas de las riberas de este río, así como del Jarama y el Tajo se contaminaron, pero los agricultores no recibieron el pertinente aviso y prosiguieron con la venta de los cultivos afectados. El régimen franquista corrió un tupido velo sobre el suceso.
El calendario del Centro de Energía Nuclear Juan Vigón (JEN) de Madrid marcaba en rojo el día 7 de noviembre de 1970. Ese sábado los técnicos debían efectuar un trasvase de 700 litros de deshechos de alta radiactividad desde el tanque de un reactor hasta un depósito donde comenzaría su tratamiento. Un contratiempo alteró el destino del líquido irradiado.
Una válvula abierta ocasionó la filtración del líquido a los desagües madrileños. El vertido contenía Estroncio-90, Cesio-137, Rutenio-106 y partículas de Plutonio. El personal del centro tardó varios minutos en subsanar el error y para entonces decenas de litros 'infectados' ya habían alcanzado el río Manzanares. El agua contaminada siguió su curso y llegó a la ribera del Jarama y el Tajo, incluso a la desembocadura del mismo en Lisboa, como se constataría más tarde.


La magnitud del suceso no se tuvo en consideración en un primer momento. El País publicó en 1994 informes confidenciales y ocultos hasta entonces que recogían un dato muy significativo: los técnicos del Centro Nacional de Energía Nuclear cortaron la actividad relacionada con el accidente ese mismo día y se marcharon de fin de semana mientras los cultivos se impregnaban de sustancias nocivas.


De los documentos publicados por el mismo medio se desprende que en diciembre se habían contabilizado medio centenar de hectáreas afectadas. Sin embargo, los agricultores que trabajan esas tierras no recibieron ninguna alerta. Siguieron vendiendo toneladas de verduras y hortalizas en los mercados de la región a pesar de las recomendaciones de la Comisión de Seguridad del JEN.
"Impedir el consumo de los vegetales que crezcan en las parcelas contaminadas ( ... ) Impedir el riego con agua de los canales y ríos que contengan agua o fangos contaminados", rezaba su dossier del 14 de enero de 1971.
Dosis de radiactividad inquietantes
Para hacerse una idea del grado de inoculación de estos alimentos, basta con conocer que diez días después del fatídico episodio se detectaron en las cuencas del Jarama y el Tajo -y también en Toledo- dosis de radiactividad 10.000 veces superior a la permitida. En Aranjuez, datos aún más asombrosos alcanzándose dosis que superaban 75.000 veces los límites. En el entorno de Ciudad Universitaria, lugar donde se alojaba el reactor, hasta un millón por encima de los límites tolerables.
El Gobierno franquista guardó silencio para esquivar el pánico generalizado y aunque se esforzó en asegurar que no existía ningún riesgo real para la población conocía los posibles efectos del percance. Por ello, urdieron varias tretas para hacerse con las cosechas contaminadas. Así, compraron o incautaron parte de las mismas a los hortelanos con la excusa de que investigaban una fuga de gasoil. La prensa lo tapó, pero este fue el mayor desastre radiactivo de la historia de España.
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